Febrero del 2017.
La tormenta en nuestro caminar.
Para nosotras, nosotros, pueblos originarios zapatistas, la tormenta, la guerra, lleva siglos. Llegó a nuestras tierras con la patraña de la civilización y la religión dominantes. En ese entonces, la espada y la cruz desangraron a nuestra gente.
Con el paso del tiempo, la espada se modernizó y la cruz fue destronada por la religión del capital, pero se siguió demandando nuestra sangre como ofrenda al nuevo dios: el dinero.
Resistimos, siempre resistimos. Nuestras rebeldías fueron suplantadas en la disputa entre unos contra otros por el Poder. Unos y otros, arriba siempre, nos demandaron luchar y morir para servirlos, nos exigieron obediencia y sometimiento bajo la mentira de liberarnos. Como aquellos a quienes decían y dicen combatir, vinieron y vienen a mandar. Hubo así supuestas independencias y falsas revoluciones, las pasadas y las por venir. Los de arriba se turnaron y se turnan, desde entonces, para mal gobernar o para aspirar a hacerlo. Y en calendarios pasados y presentes, su propuesta sigue siendo la misma: que nosotras, nosotros, pongamos la sangre; mientras ellos dirigen o simulan dirigir.
Y antes y ahora, olvidan ellos que no olvidamos.