Reclusorio Molino de las Flores, Texcoco, Edo de México a 4 de Agosto 2016
Pruebas que permanecían ocultas.
Hermanos y Hermanas
Compañeros y compañeras
El Lunes primero de Agosto fui notificado de que llegaron al juzgado dos dictámenes en química forense, en ellos se analizó el humor vítreo y el contenido gástrico de la occisa cuya muerte me atribuyen. Esas muestras fueron tomadas al momento de la necropsia, el 16 de Abril de 2007 y hasta hoy se incorporan al expediente. Se reporta intoxicación por barbitúricos y por ingesta de alcohol. El agente del ministerio público que me consigno: Ricardo Granados Caballero, argumenta en su oficio de remisión que no había incluido esos documentos, elaborados por un perito de la Procuraduría Mexiquense, porque según él, no habían llegado a su turno, sino a otro y por ello tuvo que pedirlos al instituto de servicios periciales de lo misma procuraduría.
Las evidencias se suman al cúmulo de pruebas de mi inocencia y revelan descaradamente como fue construido, con omisiones, ineptitudes e intenciones funestas, un homicidio. El sistema de justicia del Estado de México, es éste, como en muchos otros casos muestra desvergonzadamente como se utilizan los procesos legales y la cárcel para la criminalización de la lucha social y para fines ajenos al esclarecimiento de una muerte. Ellos tenían elementos que han omitidos y ocultado.
Desde Enero pasado, iniciamos una denuncia contra el médico forense que hizo la necropsia, por sus testimonios amañados, pero a siete meses de iniciada la carpeta, la fiscalía de servidores públicos en Texcoco perteneciente a la procuraduría mexiquense también tiene ya todos los elementos para iniciar proceso, continua protegiendo al acusado: Dr. Jesús Morales Ramírez, artífice de la ignominia que me tiene preso.
La cárcel se vuelve a llenar y nos quitan el cine
Ya estábamos acostumbrándonos a la placidez que se siente en una cárcel sin sobre población, pero llena al tope -o un poquito más de la capacidad instalada-, cuando empezamos a ver que regresan muchos de los que fueron trasladados en mayo negro, mes de la certificación. Dicen que ya estamos certificados para orgullo del gobierno y para beneplácito de la firma norteamericana que firmó -o va a firmar- la acreditación anhelada, en el mundo de las apariencias. Todo indica que aquellos días de saturación, hacinamiento y conflictividad regresan para reiniciar el viejo orden que pudo ser superado si la desdensificación hubiese sido definitiva, inteligente y respetuosa de los derechos humanos.
En el mar de la monotonía y la desesperación algunos esperamos con ansias los viernes de cine. Nos proyecta el área educativa películas diversas que nos hacen vibrar, a veces de risa otras con lágrimas. Aquí las emociones profundas se agudizan y nos vertimos enteros a las escenas e historias del proyector y el DVD, aunque sea pirata. Pero nos lo han quitado, impunemente y sin razón alguna nos dicen que se acabó. Las altas esferas del poder canero han decidido que ese ratito de sosiego no nos conviene, pone en riesgo nuestra readaptación social y en grave peligro también la estabilidad nacional.
Homenaje doble, triple, a las y los del plantón.
Para todos hay vacaciones y con ello relajación y gozo. Para nosotros es el periodo más gris y lamentable: sin audiencias, sin clases; con las pesadas preguntas ¿Qué hacen mis niños? ¿Dónde andarán?; y las figuraciones de lo que estaríamos haciendo en casa.
Pero hay un enclave maravilloso que hace distinta la sordidez: nuestro PLANTÓN. Ahí no hay ni descanso ni pausa, a pesar de sus 27 meses de tolvaneras, lluvias, frío, perros pulgosos y desgaste en almas y cuerpos. Ingrato es el sacrificio de mujeres, hombres y niños que vienen a asistir la sobrevivencia digna de este prisionero. Pero el sacrificio que no obtiene paga es el correlato de una historia de lucha y aprendizaje social. Una historia que muestra cómo hay que defender la verdad y el derecho; que ilustra ejemplarmente como se saca a la luz el clandestinaje necrótico del presidio; que traza la línea del movimiento social decidido a garantizar el respeto a los derechos humanos con la acción; que interviene efectivamente, más allá de los discursos y de la palabrería en redes sociales, en la lucha “pacífica” por la justicia.
Este enclave aparentemente pasivo, inofensivo; allá oculto en el estacionamiento de los juzgados; lejos de la mirada del juez, del procurador y de la prensa; confinado a un rincón desde donde se atisba lo que entra y sale del penal, es la prueba de que fe y esperanza caminan de la mano con la solidaridad, y es un paso paciente, calmo, sabio; que a nadie hace mal, que es genuino y fidedigno en una razón: la libertad.
Homenaje doble al plantón porque está aquí y ahora, en las vacaciones.
Homenaje triple, desde acá, desde este ser al que el aparato de justicia convirtió en homicida, que sabe ahora que hacer justicia es un valor supremo y luchar por ella una virtud que nos transciende, porque sin haber tenido un modelo previo ni una intención premeditada, hoy es la medida verdadera de la obra buena, del sacrificio de mis hermanos y hermanas que humanamente me obligan para no caer a la degradación: ni en el pensamiento, ni en el lenguaje, ni en el aprecio a los demás.
Solo en esta trascendencia en la que me ha encarrilado nuestro plantón es donde encuentro el sentido al encierro y a la resistencia. No me ha dejado hundirme en la modorra, aunque a veces me invade el desvarío y lanzo maldiciones ya por hastío, ya por nervios –esa que me acompaña desde mi juventud primera-, ya por intolerar el ritmo de los acontecimientos leguleyos. Así como los plantoneros, compañeros y compañeras a quienes ocasionalmente puedo saludar, tienen libres sus manos, para entregarlas, a la fe y a la solidaridad, así me hacen firme en la libertad de pensar y en la libertad de extender mis manos hacia aquellos rumbos que me comunican existencialmente, amorosamente con ellos.
Pretenden los poderosos, la televisión, el sistema de justicia, que sintamos que todo está bien, que vivimos en el estado de derecho y que las leyes están correctamente utilizadas, incluso para que no podamos juzgarlas a ellas; nos hacen sentir sin metas vitales porque ya las han diseñado todas por y para nosotros; nos hacen vivir en el vacío existencial, en el que disentir es meterse en problemas. Pero nuestro plantón interpela y se pregunta por qué. Convierte en habito la renuncia al confort de la cama, del cálido hogar, de la cena en la mesa, de la compañía de los hijos, del despertar y ducharse, del retrete personal; crea la necesidad de descubrir otras vías, otras posibilidades; se propone trascender las fronteras de lo humanamente posible; asume el desafío de desplazar los horizontes; y, sin darse cuenta, ensaya otra forma de vivir posible.
La trascendencia del plantón, de aquellas y aquellos que sin armas ni votos hacen su revolución, es que rivalizamos con nosotros mismos para alcanzar el mayor rendimiento, el de maestros, el de educadores con actitud irreverente en marcha hacia un estado en el que se pasa por alto uno mismo, al servicio de una causa, de una inversión cuyo alcance aún no se puede estimar pero que es certera en la plenitud con que se vive.
La trascendencia del plantón es el orgullo vivificante y descomunal que un hombre preso puede gritar desde su infinita pequeñez, mirando al cielo y frente a los custodios histéricos:
¡NO ESTOY SOLO!
¡Que florezca la libertad!
¡Y que se multipliquen los caminos de lucha!
¡Nos faltan 43!
¡Hasta la Victoria CNTE!
Oscar Hernández Neri