Salió apresurado del dormitorio 5 para ir a la exclusa donde recibirá el documento que días antes le comentaron que había sido publicado y difundido en internet. Siente la boca escaldada por el cigarro y la marihuana. Es la resaca del desvelo y la fiesta de los últimos días. Los pelos de la nariz están tiesos, pegajosos por la resina y el humo. Los filos de sus labios están entumecidos, resecos, y despiden aromas rancios de tabaco y hierva quemado.
En su camino se encuentra a los talachos y tiene que esquivarlos pegándose a la malla para no estorbar su carrera; no caminan, corren en cuatro patas, agrupados de tres en tres hombres, uno al lado del otro, arrastrando sus chicharrones ─ pedazos de cobija roída que hace las veces de trapeador ─ como yuntas que van arriadas por la mamá. ─ Más rápido culeros, por eso los agarraron, por pinches tiezos ─ les grita mientras sostiene un vaso de plástico en el que toma su café.
El paisaje es de mallas y muros blancos con franja verde pasto. El piso se humedece al paso de los chicharrones y se limpia distribuyendo el agua que previamente fue arrojada para que resbalen. Los talachos pujan, sudan, hacen muecas apenas perceptibles porque tienen que continuar; si alguno cae o se detiene, recibirá un puntapié en el trasero, si es que el grupo que viene atrás no lo atropella. Sería catastrófico y motivo de burlas e insultos si alguno de ellos se detuviera vencido. Sí, la esclavitud, aunque abolida en nuestro país desde hace dos siglos, continúa existiendo en este rincón de la patria: confinamiento para los “justiciables”. Los talachos son una raza inferior, un subgrupo social merecedor de vejaciones y abusos. Qué importa si la tarea se puede realizar con escobas o jaladores, lo que importa es el terror para que los recién llegados al dormitorio paguen la talacha ─ a un personaje o a un grupo de internos reconocido por las autoridades como coordinador ─ o para que se sometan a la tortuosa tradición, que se niega a abandonar la vida penitenciaria, pese a que la prisión ha sido certificada con estándares internacionales desde Junio de 2016, y esas prácticas quedaron proscritas.
A través de la malla que rodea la excusa recibió las dos hojas, pergaminos de fuego ardiente. En una se ve la fotografía de él mismo, en la otra, una nota periodística. Súbitamente palidece y se le forma un nudo en el vientre. Su cuerpo se convirtió en una nausea que se sostiene con sus manos para no caer por la debilidad de sus piernas. Su sostén son los cuadros de alambre que soportan el peso: cientos de kilos, toneladas que concurren en su cuerpo minúsculo. Hasta que recobra el sentido, sigue vivo, irremediablemente vivo, transformado en un torbellino de latigazos. Quiere llorar y vomitar y quiere a la vez mostrar indiferencia, consiguiendo sólo la deformación ridícula de un niño golpeado, en la materialidad de un adulto obligado a mantenerse en pié con los huevos en su lugar.
Es sábado de gloria, periodo vacacional y día de visita. En una hora más, luego del pase de lista en la celda, comenzarán a gritar los nombres de aquellos cuyos familiares ya entraron a las palapas. En su malestar causado por la intoxicación, se encimó la carga descomunal de la noticia. Entre el vértigo y la confusión sabe que tiene que bañarse y cambiarse de ropa, alivianarse, para recibir a su papá, a su mamá, quizá alguno de sus hermanos. No puede presentarse ante ellos con su aspecto, sin rasurar y apestoso a mota y tabaco.
La nota llegó también a Selene, quien se enteró por medio de un mensaje, mismo que circuló entre todo el grupo de amigos ─ todos los que asumieron el compromiso de estar comunicados para apoyar a Nicolás en lo que fuera necesario y conseguir su libertad, porque de todos ellos era la convicción de su inocencia y de la arbitrariedad con que se estaba llevando su proceso ─. El mensaje decía “Urge hacer algo” no ns pdemos kedar tranquilos. Se chingaron a nuestro buen amigo Niko. Ver liga [[http://reporterossinfronteras-fgedomex.nicolassentenciado.texcoco]]”. Pero Selene no podía acceder a la dirección electrónica porque aún no había configurado su nuevo teléfono celular para abrir internet, tenía tres semanas de haberlo estrenado. Así que tuvo que recurrir a su aparato antiguo, mismo que con ansiedad lo abrió y esperó a que se activaran todas sus funciones, a la vez que conectaba el cargador a la energía eléctrica. Se percató de que tenía uno, cuatro, siete, quince, veinticinco mensajes de correo electrónico sin revisar. También había 69 pendientes en su Facebook, 18 whatsapp por leer y 35 msn sin abrir. ─ ¡Puta madre! ¡Cuánta gente me anduvo buscando y yo sin darme cuenta! ─ expresó sin poder contener su sorpresa y su alarma. Durante todo el último mes se ocupó de sus asuntos pendientes: el emplacamiento de su camioneta, los boletos para el viaje, la sustitución de su celular y su tesis de maestría, todo lo cual le impidió checar sus anteriores cuentas de correo y sus redes sociales. Cuando pudo descargar la liga del mensaje quedó aterrada. ─ Dios mío, qué mierda es ésta ─ dijo en voz alta.
La fotografía es de su rostro y con letras gigantes dice. Nicolás Rascón Valverde. Sentenciado a 32 años de prisión. Si lo reconoce, ¡denúncielo! En el ángulo superior derecho está el logotipo de la Fiscalía General del Estado de México. En seguida el texto:
“Reporteros en movimiento, Estado de México.
La Fiscalía General del Estado de México dio a conocer que el pasado 15 de Marzo, el Tribunal de Alzada de Texcoco dictó sentencia de 32 años de prisión, así como multa de setenta mil pesos y un monto de 150 mil pesos por concepto de reparación de daños, por la desaparición de una persona, ocurrida en el Municipio de Acolman en Febrero de 2014, a Nicolás Rascón Valverde, quien se encuentra recluido en el Centro Preventivo y de Readaptación Social de Texcoco desde Junio de 2014. Con ello, el Gobierno del Estado y sus autoridades encargadas de la procuración de justicia están dando respuesta contundente a la sociedad que cada día demanda seguridad y un alto al crimen en la entidad”.
El impacto de la nota era mayúsculo no tanto porque su ex jefe, el que le concedería su plaza interina y luego su plaza de base, había sido sentenciado por segunda ocasión, sino porque nuevamente se desentendió del asunto y ella se había comprometido con el propio Nicolás y con sus familiares, así como con los compañeros del trabajo, a apoyar tanto en las gestiones que le fuera posible realizar, como económicamente, para los abogados y las necesidades del prisionero. Cuando revisó su correo y sus redes se dieron cuenta que distintas personas le solicitaban, hasta la súplica, que se pusiera en contacto y que requerían de su participación urgente para distintas diligencias.
La conciencia de Selene se debatía en un juego de culpas y justificaciones, porque había faltado a su palabra, porque debía reciprocidad a Nicolás pero también debía dedicarse a sí misma, a su superación, a mejorar su nivel de vida. Siempre había deseado tener una camioneta explorer y ahora que tenía la oportunidad de pagarla, porqué renunciaría a su propósito, si su dinero bien le costaba el sudor de su frente. Ella se sabía merecedora del mejor nivel salarial porque había cumplido con creces sus funciones en el trabajo y porque a ella nadie le regalaba nada. Sabía que después de trabajar diez años y estudiar hasta concluir la maestría y la tesis la hacían digna de un buen departamento, con todos los servicios y muebles necesarios, así como del viaje de vacaciones que la próxima semana haría a la Ruta Maya. Por fin se realizaba como profesionista y como mujer. Pero sabía que sería recriminada por haberse deslindado de la compasión y la solidaridad con su ex jefe y compañero de trabajo, a quien le juró su apoyo incondicional, cuando conmocionada por la injusticia de su detención, coincidía con los demás en que tendrían que invertir grandes esfuerzos y muchos recursos, si querían revertir el atropello judicial del que era objeto Nicolás.
─ ¿Qué pedo wey? ─. Le pregunta Abel al Enano, como apodan a Nicolás, por su baja estatura. ─ ¿Andas peido o te sientes mal? ─. El semblante de Nicolás refleja un paroxismo descontrolado. Lleva las hojas en sus manos. Los demás en la celda perciben la desesperada condición de su compañero pero optan, como siempre, por la distancia discreta, a sabiendas que tarde o temprano se enterarán de qué se trata. Nicolás siente una honda desesperación y en acto mecánico, casi ajeno, se pone al borde de otro abismo cuando le ordena al Beto, ─ tiéndete por un toque ─ para luego arrojarse a su camarote y echarse encima dos cobijas. Los demás le miran y continúan con los preparativos para recibir la bicicleta, la visita.
El presidio para un ladrón, para un secuestrador, para un sicario, o para un culpable, es una selva en la que hace un pacto con los monos, con los de negro, para que los poderes públicos se erijan redentores y guardianes; pacto que reporta ventajas al personal penitenciario y al delincuente. Pero para un inocente, que no espera redención y que no puede aceptar perder porque le va la vida en ello, la cárcel, la sentencia, la confirmación de la sentencia y la negación de amparo, son desastres que lo inundan en sus miserables dimensiones. Son golpes tan fuertes que cualquier réplica puede ser irrisoria.
Liberar a un inocente que ha sido elegido como el culpable por el encargo del gobernante o de la mafia en turno, es un desafío colosal. Significa vencer al destino atravesando la verdadera tragedia de la sociedad incauta: un estado de derecho en manos de mercaderes, embusteros y profesionales de la maldad clandestina.
Desapareció una personita de diez años y todavía no la encuentran, pero encontraron un culpable: Nicolás. Lo sentenciaron en primera instancia a treinta y ocho y cuando apeló, el Tribunal de Alzada ordenó la reapertura del juicio para re valorar pruebas. La acusación, primero por secuestro, luego por privación ilegal de la libertad estaba sustentada en un vídeo. Los expertos, al analizar dicha probanza en las dimensiones antropométricas del sujeto que aparece en él como presunto responsable del plagio, no coinciden con las características físicas de Nicolás, mucho menos con su estatura. Aun así, confirmaron la sentencia condenatoria restando sólo seis años en el mismo Tribunal de Alzada. El crimen debe tener un culpable para que las víctimas, los ofendidos y la sociedad que clama por justicia tengan un pagador, como se dice en la cárcel, un Pablito.
Selene leyó doce correos de una hermana de Nicolás insistiéndole que respondiera. Él pedía un préstamo para pagarle al abogado que formularía e interpondría el segundo recurso de apelación. No consiguió el dinero y la apelación se improvisó prácticamente, por un abogado de oficio, este no hizo seguimiento alguno y el Tribunal falló sin modificar en nada los razonamientos iniciales. Ahora sólo queda el amparo directo.
Los padres y hermanos de Nicolás no pudieron entrar a la visita del Sábado, les retiraron sus credenciales para obligarlos a tramitar otras, correspondientes a sentenciados y poder entrar en Domingo, pero su trabajo les impedirá asistir con la misma regularidad.
Cuando Nicolás les habló por teléfono el Domingo, su mamá explicó la razón y su vía crucis, fuera del penal, para poder entrevistarse con alguna autoridad que les permitiera entrar por única vez en sábado. Nadie pudo dar respuesta y debieron regresarse a casa con los alimentos que le habían preparado, entre ellos, los romeritos propios de semana santa. El respondió gritando, completamente descontrolado y ostensiblemente pacheco, sin poder comprender razones ─ ¿Qué les valgo madre?, ¿Ya no les sirvo para nada, como a la pinche Selene y los demás?, ¡Me vale verga si no vienen, total, ya todo valió verga! ─. Cuando colgó el auricular con golpe violento, los que esperaban turno en la fila para llamar gritaron de todo: ¡amárrate, chillón!, ¡quiere llorar! ¡Pinche puto! ¡Soy niña, soy niña! ¡Ah ay, me violan! El prisionero inocente, con su orgullo ulcerado y su cólera de salvación, se vuelve rabioso contra quien le ama, como un perro herido que se arde por la curación. En segunda intención, oculta en sí misma, hay venganza, expuesta en tormento, desprecio o altanería grosería contra quien le prodiga cariño y caricia. Es tal la urgencia por reconquistar su libertad.
El prisionero inocente, su familia, sus abogados, sus compañeros y sus grupos de apoyo, para liberarlo de un decisión que está oculta detrás del procedimiento legal, deben enfrentar al poder cuyas jurisdicciones se extienden a los custodios, a los reporteros y a los abogados de oficio, desplegando su crueldad en la segunda realidad, invisible pero siempre presente. A esta bestia la alimenta la indiferencia, la apatía, el cansancio y el descuido. Es una lucha que no debe esperar, como sí lo hace el preso. Se acaban los plazos, se llega inexorablemente al castigo calculado por esos que mueven los hilos de la mano que firma sentencias.
Nicolás está en la pequeña cancha sentado mirando al vacío, silencio, aletargado por tanto pensar. En el cielo, hacia el horizonte pasa un avión comercial dejando una estela con sus turbinas. Selene abordó su vuelo a Cancún, desde la ventanilla, en la claridad del día puede identificar abajo, muy abajo, el pequeño lago de Texcoco que todavía queda, las obras del nuevo aeropuerto, el Circuito Mexiquense, el Molino de las Flores y con particular atención pudo localizar y ver en toda su dimensión nuestra cárcel.
Abril de 2018. Oscar Hernández Neri