Reclusorio Molino de las flores, Texcoco,
Estado de México a 27 de noviembre de 2015
AUDIENCIA N° 40
Hermanos y hermanas,
Compañeros y compañeras:
Que por qué escribes así, porque terminé de leer “La balsa de piedra”, grandilocuente prosa, parte fantasía, parte lección de vida que José Saramago escribió para encontrar a Oscar cuando estuviera encerrado, completamente inundado en las horas sordas e ignomiosas de una prisión injusta.
Y antes de que nadie pueda pensar que se trata de errores gramaticales, sintácticos o tagmémicos, en estas líneas quiero que sepan que son los méritos efluvios de la novela y que Saramago me habló con velocidad y cadencia, con soltura de un vasto léxico y con adolescentes atrevimientos verbales hasta contagiarme y prácticamente dejarme corriendo al mismo ritmo en un redil narrativo.
Pero el punto no es ese, la “La balsa de piedra” que me contó como la península Ibérica o sea Portugal y España se desprendieron de Europa y cómo esa nueva isla viajera se movió en el Océano Atlántico hacia el Poniente, luego hacia el Norte, marcando un estricto ángulo de 90°; esto causó toda clase de conjeturas científicas sobre el fenómeno, dando pie a la aparición de intereses económicos transnacionales y suscitando éxodos subcontinentales.
Pero luego, no sólo se desplazaba sino que giró sobre su propio centro y después volvió a viajar al Sur.
Lo brillante de la historia es que cuatro hombres, dos mujeres, dos caballos, un burro y un perro confluyeron en un periplo sin par, motivados cada uno por increíbles señales del más allá, hechos que definían sus extraños destinos alrededor del amor. Y ahí está el punto, porque en la balsa de piedra aquellos viajeros portugueses españoles, iban a los Montes Pirineos y cuando llegaron a ellos, encontraron la orilla del mar, cuando buscaron el Norte y el Sur, las coordenadas desaparecieron, porque el Sol nacía en un lugar distinto cada día y porque “la naturaleza se extravió”.
Así le pasa a Oscar que navegaba por las aguas agitadas de las utopías, cuando fue extraído y depositado en el pozo de los enterrados vivos. Aunque vigilado todos los días y todas las noches, aunque aquietado por una sentencia en su frente, bala única en el cilindro que gira, su corazón sigue corriendo, desbocado en veces o lleno de vacíos en otras, oquedades infecto contagiosas, en otras nublados todos los futuros.
…mal va el amor si no se dice todo…
…cada uno en el mundo con los ojos que tiene, y los ojos ven lo que quieren, los ojos hacen la diversidad del mundo y fabrican maravillas, aunque sean de piedra, y las astas proas, aunque sean de ilusión… (p. 268).
Saramago escribió la muerte de Pedro Orce, a quien las dos mujeres entregaron el favor sexual de la piedad, éstas, al no saber si quedaron preñadas de Pedro o de sus maridos, inducen el fin, ya por pena, ya por altivez; cuando enterraron a Pedro en la tierra seca de su pueblo, no sabían si ahí terminaban su viaje o sí ahí estaba comenzando, estando próximas a parir.
Pero confieso que José Saramago no es el único autor de mis tribulaciones carcelarias en torno al emocionante tema:
…Las mujeres, decididamente, triunfaban. Sus órganos genitales, o con perdón de la crudeza anatómica, eran expresión, simultáneamente reducida y ampliada, de la mecánica expulsativa del universo, de esa maquinaria que procede por extinción, esa nada que va a ser todo, ese paso ininterrumpido de lo pequeño a lo grande, de lo finito a lo infinito… (p. 397)
También me encontró hace unas semanas, aquella escritora combativa nicaragüense de mis juventudes, Gioconda Belli, con su extraordinaria novela poética “La mujer habituada”. Tuve un encuentro inesperado con la belleza, con la dulzura, con la indómita sabiduría femenina. Fueron noches de arrogante secreto, para todas mis células y para todos los rostros de mi alma. Escuché a Gioconda cuando, mirando mi cara curiosa, me contaba los últimos días de Lavinia, arquitecta estudiada en Italia que regresó a su natal Nicaragua en los tiempos del dictador, eligió como empleo un despacho de arquitectos en el que se encontró con el amor de su vida, Sebastián, discreto militante del movimiento guerrillero, macho, celoso que muere un día antes que ella al estar preparando el gran golpe del que resultaría la liberación de un amplio número de guerrilleros presos.
Lavinia, hermosa aristócrata rebelde se enrola en el movimiento consiguiendo sentido para sus últimos días de vida, diseñó y dirigió la residencia de uno de los generales del dictador y el día en que se inauguró la casona, ella fue parte del comando que secuestró a ministros, embajadores y familiares potentados de la alta sociedad, diseñó un compartimiento secreto para las armas del militar y la terrible sorpresa fue que el general anfitrión de la fiesta se ocultó en tal escondrijo, sólo ella sabía, así que al descubrirlo ella le disparó una ráfaga con su ametralladora, primera vez que usó un arma de fuego, pero el general que se hallaba cobardemente entusado, también abrió fuego contra la hermosa guerrillera.
Quedó cegada de la vida una mujer que se había independizado de su influyente familia y que había criticado a su hombre en el núcleo central del amor: el compromiso y la libertad; sí, el más insigne y difícil de todos los atributos revolucionarios, la congruencia, la correspondencia mutua entre conciencia y acto, entre verbo y acción, ¿será la honestidad? Me pregunta el lector, sí, la prueba fácil de pronunciar, abundante en todo discurso, pero escasa o nula en la vida social, en la vida espiritual y hasta en la vida propia.
Lavinia fue observada, vigilada por un árbol de naranjo que crecía en el jardín de su casa, era el ramaje, era la savia, la raíz y los jugosos frutos de Itzá, que significa gota de rocío, encarnada en el naranjo, árbol poseído desde su origen, ¿cómo es eso?, ¿acaso es una burla? No, Gioconda Belli me cuenta que los indios de la región al resistir la conquista española libraron las batallas y luchas heroicas en sus distintas castas. Uno de los principales guerreros, de los últimos en ser exterminados fue Yarince, indio valeroso que se unió a Itzá y ésta venció las costumbres tribales para asumir tareas militares, al igual que los varones conquistando el amor de Yarince y uniéndose a la lucha, dicen que gracias a la utilización de su sexo, con el que daba de beber a su valiente hombre, sí, el centro, el origen de toda la piel en sus lubricas conjunciones hechizó a Yarince para conjurar la defensa histórica de su pueblo. Pero Itzá cayó en combate y su sangre germinó en el naranjo que cuidaba a la transformada arquitecta cuando dormía, cuando leía, cuando amaba explotando en orgasmos libertarios.
Oscar lloraba sin un consuelo, sin un solo cordoncito umbilical o alguna ropa que quite el frío, lloré la muerte, lloré la pérdida de una hermana, de un hermano, de una compañera y de su compañero, me abracé aferradamente a Lavinia, a Gioconda y les rogué desde mi nudo en la garganta que no se fueran, que me regalaran más hojas para leer. No me dejen aquí solo en este camarote de concreto, en esta celda de autómatas y alienados esperando devorarse entre sí. No concluyan el poema, ni la épica maravillosa que está dándome un retazo de tiempo vivo, háganme valer, díganme que triunfamos y que los cuerpos ya germinan otra vez y que me aguardan a la salida de este suplicio.
…No hay consuelo, amigo triste, el hombre es un animal inconsolable… (p. 87)
He referido a Einstein cambiando su fórmula E=mc2 por E= ac2, donde a es la quinta esencia, el amor, donde radica el origen del cosmos, el traslape de todas las dimensiones y la fuerza inagotable de las transmutaciones, he cruzado la narrativa descomunal de Saramago, la sensual voz de Gioconda y la febril audacia de Lavinia, me he renovado a mí mismo en consternaciones hermenéuticas al transitar historias de página a página, he dialogado con personajes y paisajes para sobrevivir la herrumbre del encierro,
…Dios mío, Dios mío, cómo vienen ligadas todas las cosas de este mundo, y creemos nosotros que cortamos y atamos cuando queremos, por nuestra sola voluntad, ese es el mayor de los errores, cuando tantas lecciones nos han sido dadas en contrario… (p. 410).
Pero mi corazón es el nuestro, el corazón del plantón que es el de la lucha por la libertad, los diástoles negados a la esclerosis, resistentes a la inflamación y a las embolias, sigue latiendo, bombeando linfa a veces fría, a veces caliente, celoma primigenio que hinche la piel para no perder su forma humana, esa forma donde habitan las pasiones, mis sumatorias de pasados y de porvenires, mis besos recibidos y mis ansias calladas, gritadas, escritas en las mujeres habitadas y en las balsas de piedra.
Oscar sigue buscando dentro de sí el material de los orgasmos ausentes, resurge en cada libro prolongando los escenarios, caminando cuesta arriba con grilletes en los pies, asfixiado en sus errores, en sus vicios, en la debilidad de la importancia personal. Dentro de sí se instala una ruta hacia la eternidad, pero no se atreve a elegir el pesero que lo lleve, todos van a CARPE DIEM (goza la vida, aprovecha el tiempo). Oscar está en la celda 6 del dormitorio 1, esta noche tiene una cita con Ángeles Mastreta, acarició sus primeras hojas y se le iluminaron las pupilas, se abrió un nuevo libro: Mal de amores.
CARPE DIEM
Oscar H. Neri
Fuente: http://niunpresuntoculpablemas.org/2015/12/carpe-diem-audiencia-no-40/