CHERÁN. Alicia Lemus repite la palabra, de sonoridad extraña para quien no es indígena. Para ella es la clave que explica cómo un pueblo de casi 20 mil personas dijo basta y se organizó para enfrentar a quienes devastaron sus bosques, secuestraron, extorsionaron y asesinaron a su gente. Jarojpikua, dice, en lengua purépecha significa “ayudarse unos a otros”.
Gracias a que esta comunidad purépecha recuperó el sentido de la palabra jarojpikua, es que ha resistido tres meses viviendo atrincherada. Y así seguirá el tiempo que sea necesario, asegura Alicia Lemus. Hasta que “se logre la justicia para nuestros bosques, para nuestros desaparecidos, para nuestros muertos. Hasta que los del crimen organizado tengan claro que no entrarán más a llevarse ni un solo árbol”.
Fuego para ahuyentar la división
Alicia nació en Cherán. Es una de las pocas indígenas del país que —gracias a una beca— cursó una maestría en Historia en la Universidad Iberoamericana; también realizó estudios en universidades de España y Estados Unidos. Pisar otros países no la alejó de Cherán: “Mi familia me enseñó a tener un fuerte sentido de comunidad, a tener un compromiso con mi pueblo. Mi pueblo es mi casa. Y uno cuida su casa”.
La universitaria purépecha suelta estas frases frente a un fogón rodeado por mujeres que preparan tortillas hechas a mano. Son las ocho de la noche. Ellas, como muchas otras mujeres, niños y hombres del pueblo, están en la calle. Hacen guardia en las más de 200 fogatas que alumbran Cherán. Fogatas que se han convertido en el símbolo de resistencia. Es alrededor del fuego que el pueblo se ha reencontrado.
Con el cabello trenzado y arropada con un rebozo purépecha, de delgadas franjas azules y negras, Alicia utiliza su mirada de historiadora y la sensibilidad que le da haber nacido en estas tierras, para explicar lo que hoy vive su pueblo.
Hace poco más de 10 años empezó la tala clandestina. En 2008, recuerda, se agudizó: “La delincuencia organizada vio en nuestros bosques una entrada fácil de dinero. Ese saqueo no se hubiera dado si la comunidad hubiese estado unida”. Cherán olvidó el significado de jarojpikua por las diferencias políticas. Alicia cuenta que en las elecciones municipales de 2007, PRI y PRD se dividieron. En 2008, el alcalde electo, el priísta Roberto Bautista Chapina, fue desconocido por la mayoría de la gente.
La fractura en la comunidad abrió las puertas a los talamontes. Ellos dejaron pelón el cerro de San Miguel. Llegaban por los caminos que rodean a la comunidad, sacaban los árboles en decenas de camiones y prendían fuego. Esa era su firma: dejar en cenizas lo que antes había sido un bosque.
Mujeres que se reúnen en la plaza de Cherán dicen: “Ahorita, aquí, no queremos partido ni nada. Sólo el pueblo. Porque los mismos partidos nos dividieron”. Las mujeres fueron las que el 15 de abril de 2011 tomaron la iniciativa. Organizaron a la comunidad para enfrentar a quienes se llevaban sus árboles, robaban, asesinaban y empezaban a hacer de las extorsiones una costumbre. No fue una decisión fácil. Los talamontes entraban al pueblo custodiados por gente que presumía sus AK-16.
El día que el pueblo se unió
Para los talamontes no había horario. Ese viernes 15 de abril llegaron de madrugada. Subieron por el único camino que va a La Cofradía; ahí está el manantial que abastece de agua a la comunidad. Las mujeres corrieron la voz. Comenzaba a clarear. Los talamontes bajaban con sus carros cargados de árboles muertos. Las campanas de la iglesia sonaron con fuerza. La gente de Cherán capturó a unos 15 hombres. Una hora después llegaron policías municipales, cuenta Juan, de 55 años, quien como los otros comuneros prefiere dar sólo su primer nombre: “Llegaron abriéndole el camino a los paramilitares. Ellos empezaron a disparar. Pero nuestra gente tiene el sabio manejo de los cohetes. Los cohetes fueron nuestra defensa. Eso los ahuyentó”.
La unión del pueblo no impidió el rescate de los talamontes. Tampoco que Eugenio, joven de la comunidad, quedara herido.
Ese 15 de abril Cherán le apostó a protegerse unos a otros. Carmen lo mira así: “Ya no soportábamos ver a esa gente que se metía y bajaba con sus carros llenos de troncos, cuando ellos ni un árbol han sembrado. Le decíamos al presidente municipal, pero sólo contestaba: ‘Déjenlos, no se metan. Ellos andan bien armados’. A veces, hasta lloraba uno de no poder hacer nada. Ahora todos apoyamos para que no entre esa gente”.
El día que Cherán recuperó el sentido de la palabra jarojpikua, surgieron las comisiones de mujeres, de jóvenes, de ancianos. También se formó la policía comunitaria. Porque este pueblo decidió ya no tener policías “de afuera”. Tampoco autoridad municipal. “Él ni siquiera ha dado la cara”, reclaman los comuneros.
Denuncias en el aire
Pedro ahora es policía comunitario. Como muchos de Cherán fue migrante. Hace cuatro años estudiaba derecho en Estados Unidos, pero lo deportaron: “Ahora defiendo a mi pueblo, a estos bosques que son de todos los que nacimos aquí”.
Un día difícil para Cherán fue el 27 de abril. Pedro recuerda que hubo una emboscada en el cerro San Miguel. Ese día asesinaron a Armando Hernández Estrada y a Pedro Juárez Urbina. Antes de ellos, Cherán ya había llorado a varios muertos y esperaba noticias de sus desaparecidos.
Rafael García es uno de los desaparecidos. Él, como otros comuneros, llevó escritos a dependencias estatales y federales para denunciar la tala. “Cuando venían los operativos, qué casualidad que ese día los talamontes no aparecían”, reclama su hijo.
Los comuneros denunciaron a Cuitláhuac Hernández, El Güero, como líder de los talamontes, originarios de Tapácuaro, San Lorenzo, Tanaco, Capacuaro, Rancho Casimiro y Rancho Morelos.
Cherán tiene 27 mil hectáreas de bosques. En tres años, los talamontes devastaron 80%, cerca de 20 mil hectáreas. ¿Cómo se transportó y vendió esa madera, sin que nadie se diera cuenta? A los pobladores nadie les quita de la cabeza la idea de que se comercializó con ayuda de autoridades estatales y municipales.
Para que la madera se traslade por el país, en forma legal, necesita las Guías de Transporte, documento que otorga la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). EL UNIVERSAL solicitó hablar con su titular, Juan Elvira Quesada. En su oficina de prensa decidieron que la entrevista la daría Juan Manuel Torres Rojo, director de la Comisión Nacional Forestal. —En Cherán han ocurrido asesinatos y secuestros por la tala ilegal, ¿Conafor nunca detectó esta situación crítica?
—Esta es una actividad que es responsabilidad de otras instituciones. Nosotros estamos trabajando desde hace tiempo en el área, fomentando la actividad forestal.
También se buscó a funcionarios de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa). En la oficina de prensa sólo informaron que en el último operativo en la zona se clausuró un aserradero y aseguraron mil 169 metros cúbicos de madera.En el mercado legal, un metro cúbico de madera alcanza los mil 300 pesos.
Vivir atrincherados
Han pasado tres meses desde que Cherán busca dar fuerza a la palabra jarojpikua. No ha sido fácil. Los víveres, aseguran los comuneros, comienzan a escasear porque los hombres no pueden ir a trabajar al campo ni hacer sus baleros, trompos y maracas. Las mujeres no han ido a vender sus corundas ni sus blusas bordadas. Por ahora, Cherán recibe ayuda de sus migrantes. En Estados Unidos hay cerca de 7 mil.
Jacinta se enoja: “Yo creo que pensaron que ésto nada más iba a ser un rato. Pero, mire: ya llevamos tiempo sin nadie que nos haga justicia… Todavía nos dicen que nos quitemos. ¿Cómo nos vamos a quitar? Si nos quitamos, ellos van a regresar”.
Alicia Lemus, la indígena universitaria, explica que la gente de Cherán no ve en el bosque “solamente dinero, como la gente de fuera. Nosotros vivimos con y del bosque, por eso lo cuidamos. ¿No tenemos derecho a exigir justicia para nuestros bosques?”.
Cherán, dice Alicia, ya ganó una batalla: “Logramos la organización. Logramos dejar a un lado a los partidos y todos alzar una misma voz. Ahora, nosotros cuidaremos nuestros bosques, nuestra tierra, nuestras esquinas por el bien de todos”.
Cherán le apuesta a recuperar el sentido de una palabra. La palabra jarojpikua.
Fuente: http://www.eluniversal.com.mx/notas/779448.html